Es innegable que históricamente han sido las mujeres las que han luchado por los derechos femeninos. Lógico, los hombres no tenían la misma motivación para hacerlo.
Y es que ¿por qué iban a renunciar a privilegios?, ¿para qué rebelarse contra un sistema que no les suponía sino beneficios? Más todavía si nos remontamos a los comienzos del movimiento feminista: no había muchos hombres “deconstruidos”, obviamente.
Pero esta generalización tiene excepciones notables. Y una es el caso de Laurence James Ludovici, que nació en 1910 en Sri Lanka y murió en 1996 en Londres. Fue líder de escuadrón de la Fuerza Aérea Real Británica y escritor sobre todo conocido por sus relatos de logros científicos y médicos. Entre ellos: “Fleming, descubridor de la penicilina”, “La historia de la anestesia”, “Grandes momentos de la medicina”, “Ver de cerca y ver de lejos: la historia de los microscopios y los telescopios” y “La desigualdad final: una evaluación crítica del papel sexual de la mujer en la sociedad”.
En este último, de 1965, Ludovici escribió con fervor sobre el derecho de las mujeres a la igualdad sexual y criticó duramente el machismo imperante: “Mientras que vivimos grandes cambios en nuestra sociedad, nuestros valores culturales todavía esperan que la mujer ocupe un rol pasivo, especialmente durante el intercambio sexual. Los maridos tienden a considerar a sus esposas como instrumentos de su propio placer y demandan el coito casi como un ‘derecho’; pero pocos concederían que sus mujeres tienen ‘derecho’ a exigirles a ellos la experiencia coital. Varios estudios han demostrado que las mujeres con un rol activo generalmente ofenden a muchos maridos conducidos por la sociedad a considerar que la sexualidad de la mujer es ‘indecente’, ‘perversa’ o un símbolo de su ‘pasado pecaminoso’ que se puede repetir en el futuro. En algunos casos extremos, el marido cree que la sexualidad de su esposa es una enfermedad parecida a la ninfomanía. Por otro lado, muchas mujeres confiesan que prefieren morir antes que mostrar algún signo de deseo sexual”.
Abogaba por el papel activo de la mujer en los encuentros sexuales, incluso como garantía de placer para ambas partes: “Una mujer es la que puede lograr el orgasmo simultáneo demorando la aceptación de su amante hasta que esté segura de que se acerca al clímax, que tendrá lugar en el momento justo en el que el hombre comienza a eyacular. Por lo tanto es la mujer, y no el hombre, la que determina que el acto sexual resulte satisfactorio. Si el hombre se deja llevar por el ritmo femenino, y ella controla los tiempos correctamente, es muy difícil que vivan una desilusión. Lo lograrán a través de la verdadera sexualidad mutua y de la igualdad en el acto amoroso, que serán los encargados de establecer la igualdad en otros aspectos de la vida. El sutil equilibrio de la realidad sexual es la base de todas las armonías”.
L.J. Ludovici fue sin duda un adelantado a su época que, como otras figuras, merecen ser recordados.